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domingo, 17 de octubre de 2010

La fuerza de una sonrisa


Hace casi una semana me ocurrió una cosa que cambió mi manera de ver muchas cosas. Estaba en un pueblo de México, famoso por su plata, intentando comprar algunas pulseras para traerme de recuerdo a España. Era un lugar muy pintoresco lleno de casitas blancas que se extendían sobre una montaña. Sus calles contrastaban con los casas con un enorme colorido y por ellas discurrían taxis sin parar.

Mis amigas y yo anduvimos toda la mañana en busca del souvenir perfecto. Cuando era la hora de marchar, aceleradas por el ataque de consumismo que nos dio ... ¡Esto me gusta, esto es muy caro, esto me lo merezco, esto es una pasada, esto a mi madre le va a gustar, esto a mi fulanito también! En fin, 7 mujeres casi al borde de un ataque de nervios unas más que otras … decidimos poner rumbo a Acapulco. Pero algo me paro en el camino antes de llegar a la “camioneta” que nos esperaba en el hotel. Alguien me pregunto que si quería un paquete de tabaco, me gire pero no vi a nadie. ¿Quiere Tabaco? La pregunta merecía agachar la cabeza y no precisamente aferrada a una reverencia.

Era una niña de unos cuatro o cinco años. Era morena, delgadita y llevaba un vestido bastante sucio. Sobre su mano una cesta con chicles y tabaco para vender. Cuando la mire no paraba de sonreír y sus ojos transmitían una dulzura infinita. Me agaché y la niña se acerco cogiéndome del brazo. Le dije si me daba un beso y movió su cabecita con ansia diciéndome que sí. Aquella niña me impacto y no es el único niño al que vi vendiendo cosas. Sé que en muchos países desgraciadamente es común ver a niños vendiendo en la calle pero a esa niña no me la puedo sacar de la cabeza. Su sonrisa me impacto aunque yo en ese momento hubiese querido llorar. Era el claro ejemplo de que nunca hay que dejar de sonreír. Estoy segura que pese a su edad nos daría una lección a muchos de la parte positiva que tiene la vida.
No se movía por lo material, como la mayoría de los niños de su edad aquí, sino por lo más bonito que hay en el mundo que es el sentimiento. No sé su nombre y aunque sé que nunca más la volveré a ver, un trocito de mi alma se ha quedado en su sonrisa para siempre.
Allá dónde esté, le deseo que sea feliz.